En este artículo, vamos a explorar por qué se produce esta soledad después de los viajes en grupo, qué nos dice de nosotros mismos y, lo más importante, cómo podemos gestionarla y transformarla en una oportunidad de crecimiento personal.
Has vuelto a casa. Abres la puerta, dejas la maleta en el suelo y sientes ese silencio que no recordabas. La nevera está vacía, el buzón lleno y las paredes de tu salón parecen más grandes de lo que las dejabas. Te conectas al móvil y ves la última foto que te has hecho con tu grupo en el aeropuerto, todos sonriendo, prometiendo quedar, pero el chat del grupo ya casi no se mueve.
La euforia del viaje, la compañía constante y las nuevas amistades se han esfumado, y en su lugar queda una sensación agridulce. No es tristeza, no del todo. Es un vacío, una especie de resaca emocional que llamamos la soledad del regreso.
Como psicólogas, hemos visto esta sensación en muchas personas. Es un fenómeno real y, a menudo, inesperado. Viajar en grupo, ya sea con amigos, un grupo organizado o incluso una pareja, nos sumerge en una burbuja de conexión, novedad y estímulos constantes. Es un estado de excepción a nuestra vida cotidiana. Por eso, el regreso a la normalidad puede ser tan impactante.
¿Por qué nos sentimos tan solos al volver de un viaje en grupo?
La soledad del regreso no es simplemente la ausencia de compañía; es el resultado de varios factores psicológicos que se activan durante un viaje compartido y que luego se apagan de golpe.
1. El contraste brutal
Durante el viaje, tu cerebro ha estado a mil por hora, liberando neurotransmisores como la dopamina y la oxitocina. La dopamina se activa con la novedad, la aventura y la anticipación de nuevas experiencias. La oxitocina, a menudo llamada «la hormona del abrazo», se libera a través de la conexión social, la risa y el compartir momentos especiales.
Volver a la rutina, donde la novedad es escasa y las interacciones son más predecibles, supone un «bajón» hormonal. Es un cambio abrupto que deja a nuestro sistema nervioso desorientado y con una sensación de pérdida, aunque no sepamos exactamente qué hemos perdido.
2. El fin de la «identidad de viajero»
En un viaje, adoptamos una nueva identidad. Somos «el viajero«. Somos más aventureros, más abiertos, más espontáneos. El grupo nos da una pertenencia y un propósito. Al volver, volvemos a ser «Lucía, la psicóloga» o «Juan, el administrativo». Volvemos a las responsabilidades y a los roles que a menudo hemos dejado en pausa.
Este cambio de identidad, por muy sutil que sea, genera una crisis existencial en miniatura. Nos preguntamos: «¿Quién soy ahora? ¿La persona que fui en el viaje o la persona que soy en mi rutina?».
3. La idealización del grupo
En un viaje compartido, la convivencia es intensa y, por lo general, se centra en los aspectos positivos. Las molestias del día a día, los problemas personales y las diferencias de opinión a menudo se minimizan en aras de la armonía del grupo.
Al regresar, esa burbuja de idealización puede romperse. Las amistades que se forjaron en la aventura pueden no encajar tan bien en la vida real. Los «amigos de viaje» son una categoría especial y es importante aceptarlo sin decepción. Esto nos lleva a una sensación de pérdida, como si una promesa de amistad eterna no se hubiera cumplido. Por otro lado, también nos puede llebar a todo lo contrario, a echar de menos a esas paersonas maravillosas con las que hemos podido compartir 24/7 cuadno en el día a día nos cuesta infinito quedar.
¿Qué nos enseña esta soledad?
Lejos de ser un sentimiento negativo, la soledad del regreso puede ser una poderosa herramienta de autoconocimiento. Este vacío nos obliga a mirar hacia dentro y a hacernos preguntas importantes.
1. ¿Cómo es mi vida sin la adrenalina del viaje?
El silencio del regreso nos confronta con la realidad de nuestra vida diaria. Nos muestra si nuestra rutina nos llena, si nuestras amistades y actividades nos satisfacen. Si la respuesta es «no», esta soledad es un recordatorio de que es hora de hacer cambios. Es una llamada de atención para buscar más aventura, conexión y novedad en el día a día.
2. ¿Qué me nutre realmente?
El viaje nos enseña a ser más conscientes de lo que nos hace sentir bien. La conexión humana, la exploración de un lugar nuevo, el simple placer de un café en una terraza extranjera. Al volver, la soledad nos empuja a reflexionar: ¿Qué de todo esto puedo incorporar a mi vida cotidiana? Tal vez sea planear una escapada de fin de semana, unirme a un club de senderismo o, simplemente, comprometerme a tener una conversación significativa a la semana con un amigo.
3. ¿Quién soy yo, al margen de los demás?
Cuando estás solo, te enfrentas a ti mismo. No hay nadie para validar tus decisiones, tus risas o tus ideas. Esta soledad puede ser incómoda, pero es en este espacio donde puedes redescubrirte. Es una oportunidad para reconectar con tus valores, tus pasiones y tus sueños, aquellos que no dependen de la validación o la presencia de otros.
Estrategias para gestionar la soledad del regreso
La clave no es evitar la soledad, sino abrazarla y transformarla. Aquí te ofrezco algunas estrategias prácticas para navegar este periodo de transición:
- Acepta y valida tus emociones: Lo primero es reconocer que lo que sientes es normal. Date permiso para sentirte melancólico. No te castigues por no estar eufórico. «Vale, he vuelto, el viaje ha terminado y me siento un poco solo. Es normal y está bien.»
- Date un aterrizaje suave: No te lances directamente a la rutina. Planifica un día o dos para deshacer equipajes, descansar y procesar tus emociones. Programa actividades que te gusten, como un baño relajante, leer un libro o ver una película.
- Mantén viva la conexión, pero con realismo: Los grupos de viaje tienen una fecha de caducidad. Es importante no aferrarse a la idea de que la amistad seguirá siendo tan intensa. Si te apetece, mantén el contacto con las personas que te han caído bien, pero sin expectativas. Puedes proponer una videollamada para recordar anécdotas o enviarles un mensaje para saber cómo están.
- Integra el viaje en tu rutina: El viaje no tiene por qué terminar al volver a casa. Tómate tiempo para organizar las fotos y los recuerdos. Esto te ayuda a procesar la experiencia de forma consciente y a sentirte agradecido por ella. Además, puedes planear una cena temática con la comida que probaste en el viaje o buscar un curso para aprender un poco del idioma.
- Planifica la próxima «aventura» (grande o pequeña): Tener un plan futuro, aunque sea algo pequeño, te da un nuevo propósito y reduce la sensación de vacío. Puede ser algo tan sencillo como planear un fin de semana en un pueblo cercano, apuntarte a un taller o comenzar a leer una saga de libros que te hayan recomendado. El objetivo es volver a activar esa dopamina de la anticipación.
- Conecta contigo mismo: Usa este tiempo de soledad como una oportunidad para hacer cosas que solo tú disfrutas. Practica mindfulness, medita, escribe en un diario sobre tus experiencias o, simplemente, sal a caminar a solas. Redescubre el placer de tu propia compañía.
Conclusión
La soledad después de los viajes compartidos es una experiencia humana que nos confronta con el fin de una etapa de alta intensidad emocional. Pero en ese vacío, en ese espacio de silencio, se esconde una gran oportunidad. Es un momento para reflexionar, para reconectar con nosotros mismos y para darnos cuenta de que la mayor aventura no es viajar a un lugar lejano, sino construir una vida de la que no necesites escapar.
Si esta sensación de soledad se vuelve abrumadora o persistente, o si sientes que hay algo más profundo detrás de este vacío, recuerda que en Espacio Mente y Salud estamos aquí para ayudarte. No tienes por qué navegar este camino solo.
Gracias por leernos y feliz día.
Espacio Mente y Salud