A diario en la consulta los profesionales de la psicología nos encontramos con pacientes que sienten malestar y que recurren a nosotros para paliarlo de alguna forma. Éste malestar, en muchos casos, va de la mano de la autoexigencia o del perfeccionismo, que añade presión al individuo y acentúa los síntomas.

Podemos entender la autoexigencia como una actitud que lleva a las personas a hacer las cosas cada vez mejor. Visto así, tiene una connotación positiva, ya que puede ayudarnos a alcanzar objetivos, a mejorar día a día, a superarnos. Sin embargo, como en todo, si nos pasamos de autoexigentes las consecuencias pueden ser devastadoras.

Las personas con una alta autoexigencia, o como diríamos coloquialmente “muy perfeccionistas”, se esfuerzan a diario para ser mejores, para forzar sus propios límites. Pero esas exigencias a menudo están relacionadas con las expectativas que perciben en los demás y que interioriza como propias, por ello cumplirlas se convierte de forma encubierta en su objetivo, para conseguir en consecuencia la aprobación o el reconocimiento de los demás (padres, profesores, jefes,…). ¿Qué hay detrás de todo ello? Una baja autoestima. La infravaloración personal necesita de la valoración positiva de otros para mejorar y conseguir bienestar.Si quieres saber más sobre la relación entre autoestima y autoexigencia picha aquí

consecuencias de la autoexigenciaLa autoexigencia siempre lleva asociados pensamientos automáticos negativos: “deberías hacerlo mejor”, “así no es suficiente”, “tienes que llegar a todo”,… Estos pensamientos hacen que la ansiedad se dispare y con ella la autoexigencia y que la persona se vea atascada en un bucle del que cuesta salir.

Al final esa búsqueda de la perfección requiere un desgaste emocional brutal. Sentimientos de culpa, desesperanza, desasosiego, etc. son muy habituales en personas con altos niveles de autoexigencia. La ansiedad, la depresión, los trastornos de imagen corporal (como la anorexia), entre otros) suelen estar asociados a ella.

Consejos para reducir la autoexigencia:

Establece metas de manera objetiva: que “quieras” conseguir algo no quiere decir que “estés en la obligación” de hacerlo. Busca metas pequeñas, realistas y a corto y medio plazo, te ayudará a disfrutar más del proceso.

Centra la atención en el proceso y no en el resultado: los resultados positivos están muy bien, pero si no disfrutas del proceso, en el caso de no cumplir tus expectativas lo sentirás como un fracaso.

No te exijas lo que no exigirías a otros: baja un poco el listón, plantéate inicialmente qué quieres conseguir y reduce un poco tu objetivo para reducir la presión.

Externaliza: piensa en tu autoexigencia como algo externo a ti (a veces ayuda dibujarlo para “ponerle cara” y ponerle nombre); si el “Sr. Autoexigencia” viniera y te exigiera incesantemente todo eso que mentalmente te exiges a ti mismo/a, ¿cómo le responderías? ¿te rendirías a sus pies cual dictador para cumplir sus imperiosas necesidades? El ver el “problema” como algo externo a uno mismo ayuda a verlo menos invencible y a tomar cartas en el asunto.

Prioriza lo práctico, no lo perfecto: a veces lo perfecto requiere una inversión desproporcionada de tiempo y esfuerzo que no corresponde con la satisfacción final.

Si algo sale mal o no sale como esperabas, no es el fin del mundo: De las experiencias que no salen como esperabas, se puede extraer mucha información valiosa, así que aprende de tus errores y no dejes que el “Sr. Autoexigencia” te machaque.

No extiendas tu autoexigencia hacia los demás: esto es algo habitual en las personas autoexigentes; que tu creas que “lo correcto” es hacer las cosas a un determinado nivel es tu opinión y sólo tuya, respeta que otros quieran hacer las cosas a su forma o a otro ritmo.

Tú vales por lo que eres, no por lo que consigues: lo que te define es quien eres, con tus cualidades personales, no por tu trabajo, ni por tus adquisiciones, ni por tus logros… aprende a diferenciar.

Laura Gracia Crespo
Psicóloga en Espacio Mente y Salud – Zaragoza